En la Real Academia de la Lengua Española podemos encontrar la
siguiente definición:
Museo:
Lugar en que se guardan colecciones de objetos artísticos,
científicos o de otro tipo, y en general de valor cultural,
convenientemente colocados para que
sean examinados.
Pues bien, para que pudiésemos aplicar esa definición, en lo que a
la parte final se refiere, al recién inaugurado “Museo Taurino de
Córdoba” habríamos de ser muy muy generosos, ya que son muy
escasas las piezas que se pueden examinar de entre los
extraordinarios fondos de que dispone el mismo. En la Casa de la
Bulas encontramos más texto que carteles, más pantallas que
objetos. Por lo tanto, atendiendo a su contenido, sería más
adecuado denominarlo como un Centro de Interpretación de la
Tauromaquia en Córdoba.
Dicho esto hay que decir que hay que felicitarse porque Córdoba
cuente con un nuevo atractivo turístico. Además, dado su carácter
pedagógico, este espacio, convenientemente gestionado mediante
la concertación de visitas con centros escolares, potencialmente,
puede ser semillero de futuros aficionados de los que tan
necesitada está Córdoba. En esos aspectos hay que aplaudir la
iniciativa.
Sin embargo desde el punto de vista de aficionado taurino me
resulta un espacio frío, sin alma. La escasez de piezas
museísticas expuestas hace que esté falto de ese magnetismo y ese
misterio que envuelve a cada objeto que un día perteneció o estuvo
íntimamente relacionado con las gestas de un hombre que el toreo
elevó a la categoría de mito. Necesita ese fetichismo que convierta
el lugar en un templo sagrado que atrae al aficionado local o
foráneo con el único fin de rendirle culto a sus dioses taurinos.
Para el aficionado taurino cordobés que va a venerar a sus “Califas”
resulta escaso un panel repleto de datos que se sabe de memoria y una
proyección con fotografías mil veces vistas y grabadas en su
retina. El aficionado cordobés necesita repasar en rancios carteles
los datos que traen a su memoria tardes históricas, poder tener ante
sí la cabeza desorejada de aquel toro con el que se fajó su torero,
poder casi palpar las manchas de sangre, a veces de la bestia, a
veces propia, que dejó el combate en el “vestío” de su ídolo.
El espacio destinado a exposiciones temporales nos hace albergar la
esperanza de que, en un futuro, podamos disfrutar, aunque sea poco a
poco, de la totalidad de los elementos que componen los fondos del
museo.
Por otra parte, en los montajes videográficos (de espectaculares
efectos, eso sí), se ha recurrido en exceso a toreros ajenos a esta
tierra. Nada tengo contra Jerez, Granada o Sevilla, más bien todo lo
contrario, pero...¿Acaso no habría sido más coherente ilustrar
los textos de los montajes con imágenes de toreros cordobeses?¿No
sería de justicia rendir pleitesía con esas imágenes a los
diestros contemporáneos que pasean y han paseado en los últimos
años el estandarte de Córdoba por todo el orbe taurino y que tan
escaso protagonismo tienen en el museo?
El museo taurino de Córdoba acaba de iniciar su nueva andadura,
confiemos en que, con el tiempo y la experiencia, se vayan
reconduciendo aquellos aspectos del museo susceptibles de mejora de
tal manera que sea capaz de aglutinar lo mejor posible los elementos
necesarios para satisfacer a las distintas sensibilidades. Todo ello
en aras de conseguir que sea, como siempre fue, un museo puntero
en su especialidad y del que cualquier cordobés se sienta orgulloso.
Magnifica entrada Manuel en hora buena.
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