Del fracaso al triunfo, de la tragedia a la gloria, de la depresión
a la euforia. Esa es la grandeza del toreo, su capacidad para
cambiar, apenas se conjuguen la valentía y el arte de un torero con
la bravura de un toro, no sólo el destino de un torero que pasa a
ser ídolo de masas, sino el estado de ánimo de miles de personas.
Y esta grandeza en todo su esplendor tuvimos la oportunidad de
disfrutarla el pasado sábado en el Coso de Los Califas cordobés.
Cincuenta temporadas después de que él mismo lo inaugurara se
anunciaba en los carteles un mito viviente del toreo. Mucho tiempo
transcurrido desde entonces.
Los esquemas de muchos se rompieron al ver la tablilla del peso: 452
kg. Aquello no era un eralito como muchos podían esperar. Podría
pensarse que aquello era una temeridad, que, al fin y al cabo, se
trataba sólo de un hombre a un mes de cumplir los 78 años. Pero no,
se trataba del V Califa del Toreo, D. Manuel Benítez Pérez “El
Cordobés”, uno de los más GRANDES (con mayúsculas), del toreo
de todas las épocas. Y a bien que lo demostró. Apenas desplegó
el capote, su firmeza de pies y quietud, el mando de sus brazos y su
lucidez ante la cara del toro se encargaron de alejar los temores que
atenazaban a la mayoría del público presente. Y a partir de ahí la
satisfacción se apoderó de los tendidos. Los mayores reviviendo
tiempos gloriosos, los más jóvenes descubriendo su personalidad
arrolladora y un magnetismo sin igual propios de un personaje de
leyenda. Y todos con la seguridad de estar viviendo una tarde
histórica, inolvidable. Hubo más, y muy bueno por cierto, pero
esa tarde el protagonismo era suyo. Y prueba de ello fue su
apoteósica salida por la puerta grande, más de Los Califas que
nunca, a hombros de los compañeros de cartel.
El toreo también tiene sus miserias. Y esas miserias eran las
responsables de que al Coso de Los Califas entrasen muchos rostros
tristes, consternados, con muestras de preocupación y desasosiego.
Afortunadamente, una vez más la magia del toreo obró el milagro y a
la salida del mismo sólo se apreciaban caras plenas de felicidad.
Cosas de la grandeza del toreo.
Pero esas miserias siguen estando ahí. Y son el mayor peligro que
acecha al toreo. Ojalá esas miserias se tornaran en sensatez,
generosidad y honradez y los que manejan las riendas del mundo
del toro tomaran conciencia de su responsabilidad porque de ellos
depende el futuro de la fiesta y que los demás podamos seguir
disfrutando de la GRANDEZA DEL TOREO.
No hay comentarios:
Publicar un comentario