lunes, 22 de abril de 2013

Rafaelillo o "De Cómo Lidiar a un Marrajo"

   

   Me he llevado un alegrón al ver en la televisión el resumen de la corrida que la mítica ganadería de Miura ha echado en Sevilla este año. Y no sólo por su habitual poderío en la suerte de varas, realzada por un Javier Castaño que se ha propuesto mostrar al público la belleza de esta suerte en cada una de sus actuaciones, sino porque también ha permitido a los coletas darles pases de categoría y con gusto al estilo más actual. Un éxito rotundo de esta ganadería sevillana que a su vez también ha permitido el lucimiento y triunfo de los toreros, en especial del, hasta ahora, prácticamente desconocido Manuel Escribano.

     Pero, además, me alegré con las imágenes de la lídia que Rafaelillo le dio al cuarto de la tarde, el peor del encierro. Un auténtico marrajo típico miureño. Me trajo a la memoria imágenes en blanco y negro de faenas de principios de siglo XX y otras más recientes del maestro Luis Francisco Esplá. Lidia de sabor añejo. De poder y sabiduría taurina.

     “Cada toro tiene su lidia” se ha dicho siempre. Pues bien, estoy harto de ver a toreros que, ante toros parados o de viaje corto, que “calamochean” o les tiran “gañafones”, que les lanzan miradas asesinas o que les buscan las zapatillas, se empeñan en hacer el toreo “bonito” y actual que exige fijar los pies en la arena. Consecuencia: llenan los tendidos de sopor y alargan las faenas, infructuosamente, más allá de lo soportable.

     Rafaelillo, ayer, le anduvo al toro por la cara con torería, tocándole los costados con sabiduría, quebrantándolo por bajo con poderío. Y, si el toro se despistaba, le robaba un pase con garbo y hasta con arte. Todo ello rematado con una gran estocada. ¡Torero! La lidia perfecta que demandaba ese animal.

     Una pena que esta labor haya quedado eclipsada por el gran juego de la corrida en conjunto y las 2 orejas cortadas por Manuel Escribano y no se le haya dado toda la importancia que merece. No obstante, muchos de sus compañeros de escalafón deberían tomar buena nota de esta lección magistral dada ayer por Rafaelillo.

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