domingo, 10 de mayo de 2015

Ser y Parecer


Cincuenta años después el Coso de Los Califas volvió a lucir esplendoroso el pasado sábado. Un recinto monumental bellamente engalanado, once mil personas poblando sus graderíos, las máximas figuras del toreo pisando su albero. Toda una plaza de primera.

Pero una cosa es el escenario y los actores, y otra, muy distinta, la obra que se representa y el público asistente.

Porque en la obra que se representó hubo pasajes de verdadero vodevil surrealista. Tales fueron el interminable pasaje del riego por goteo, el de la devolución fallida, el pasaje del infante torero o el que se trasladó a la grada (¡y durante la lidia de los astados!) en forma de “Toros Shopping”.

Bien valdría aplicar aquí el dicho de “reír por no llorar”. Porque a la vista de tal espectáculo surge indefectiblemente la comparación con otras plazas de primera. Y uno recuerda tardes en la Maestranza con una pléyade de operarios regando con profusión el albero con bastante antelación al comienzo del festejo. Y evoca a un “torero de los corrales” llamado Florito, quien precisamente a esa misma hora, estaba firmando una nueva obra magistral en Las Ventas. Y no puede imaginarse que en el cenizo ruedo bilbaíno de Vista Alegre el juego de un niño pueda quitarle protagonismo a un torero que acaba de jugarse la vida. Y recuerda la tarde en que su hijo se perdió la lidia de un toro en el albero maestrante por tardar más de la cuenta en realizar sus necesidades fisiológicas y no permitirle los acomodadores de plaza su acceso al tendido durante la lidia. Y comprende y da la razón a la voz que, desde unas localidades aledañas a la suya, pronunció, socarrona y reiteradamente, durante el transcurso del festejo, una frase muy significativa: “Esto no pasa ni en mi pueblo...Y eso que es de tercera”.

Con todo, son pasajes que pueden clasificarse en la categoría de anécdota y de los que, probablemente, el productor de la obra, nuevo en este escenario, haya tomado nota y no se vuelvan a repetir. Mucho más preocupante resultó la presentación del ganado puesto en lid y el comportamiento del público asistente.

Cómodos y agradables en exceso fueron los astados lidiados el día del cincuentenario. Por su presencia diríanse nietos de los corridos hace poco menos de un mes Guadalquivir abajo. Y eso que por esas latitudes se es propicio al toro bonito y de buenas hechuras. No digamos ya si los comparamos con lo que salta en plazas homólogas de Despeñaperros para arriba. Seriedad y trapío impropios de una plaza de primera. Aún siendo motivo de profunda preocupación, no es menos cierto que es un problema de fácil resolución de haber voluntad para ello.

No ocurre lo mismo en lo que al público respecta. Un público, más público y menos aficionado que nunca. Ávido del triunfo fácil, generoso en exceso, con poco conocimiento y aún menos rigor. La solución a este asunto se antoja difícil. Y, aunque desgraciadamente, este mal no es exclusivo de Córdoba, sino que cada vez está más extendido por otras plazas, habría que unificar esfuerzos en la búsqueda de acciones encaminadas a la divulgación de los principios básicos de la tauromaquia entre la masa del público asistente. Se haría un favor impagable a Córdoba y a su cincuentenario Coso de Los Califas en aras de mantener un prestigio acorde a su categoría administrativa de primera, porque, como bien dijo Julio César: “Además de serlo hay que parecerlo”.



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