Cincuenta años después el Coso de Los Califas volvió a lucir
esplendoroso el pasado sábado. Un recinto monumental bellamente
engalanado, once mil personas poblando sus graderíos, las máximas
figuras del toreo pisando su albero. Toda una plaza de primera.
Pero una cosa es el escenario y los actores, y otra, muy distinta, la
obra que se representa y el público asistente.
Porque
en la obra que se representó hubo
pasajes de verdadero vodevil surrealista.
Tales fueron el interminable pasaje del riego por goteo, el de la
devolución fallida, el pasaje del infante torero o el que se
trasladó a la grada (¡y durante la lidia de los astados!) en forma
de “Toros Shopping”.
Bien
valdría aplicar aquí el dicho de “reír por no llorar”. Porque
a la vista de tal espectáculo surge indefectiblemente la comparación
con otras plazas de primera. Y uno recuerda tardes en la Maestranza
con una pléyade de operarios regando con profusión el albero con
bastante antelación al comienzo del festejo. Y evoca a un “torero
de los corrales” llamado Florito, quien precisamente a esa misma
hora, estaba firmando una nueva obra magistral en Las Ventas. Y no
puede imaginarse que en el cenizo ruedo bilbaíno de Vista Alegre el
juego de un niño pueda quitarle protagonismo a un torero que acaba
de jugarse la vida. Y recuerda la tarde en que su hijo se perdió la
lidia de un toro en el albero maestrante por tardar más de la cuenta
en realizar sus necesidades fisiológicas y no permitirle los
acomodadores de plaza su acceso al tendido durante la lidia. Y
comprende y da la razón a la voz que, desde unas localidades
aledañas a la suya, pronunció, socarrona y reiteradamente, durante
el transcurso del festejo, una frase muy significativa: “Esto
no pasa ni en mi pueblo...Y eso que es de tercera”.
Con
todo, son pasajes que pueden clasificarse en la categoría de
anécdota y de los que, probablemente, el productor de la obra, nuevo
en este escenario, haya tomado nota y no se vuelvan a repetir. Mucho
más preocupante resultó la presentación del ganado puesto en lid y
el comportamiento del público asistente.
Cómodos
y agradables en exceso fueron los astados lidiados el día del
cincuentenario. Por su presencia diríanse nietos de los corridos
hace poco menos de un mes Guadalquivir abajo. Y eso que por esas
latitudes se es propicio al toro bonito y de buenas hechuras. No
digamos ya si los comparamos con lo que salta en plazas homólogas de
Despeñaperros para arriba. Seriedad
y trapío impropios de una plaza de primera.
Aún siendo motivo de profunda preocupación, no es menos cierto que
es un problema de fácil resolución de haber voluntad para ello.
No
ocurre lo mismo en lo que al público respecta. Un
público, más público y menos aficionado que nunca.
Ávido del triunfo fácil, generoso en exceso, con poco conocimiento
y aún menos rigor. La solución a este asunto se antoja difícil. Y,
aunque desgraciadamente, este mal no es exclusivo de Córdoba, sino
que cada vez está más extendido por otras plazas, habría que
unificar
esfuerzos
en la búsqueda de acciones encaminadas a la divulgación de los
principios básicos de la tauromaquia entre la masa del público
asistente. Se haría un favor impagable a Córdoba y a su
cincuentenario Coso de Los Califas en aras de mantener
un prestigio acorde a su categoría administrativa de primera,
porque, como bien dijo Julio César: “Además
de serlo hay que parecerlo”.
Genial Manuel!!!
ResponderEliminarGracias Juan. Me alegra que sea de tu agrado
Eliminar