viernes, 7 de febrero de 2014

¡Culpables! ¿O no tanto?


A raíz del manido veto a la empresa Pagés por parte del denominado G5 de las figuras de la torería andante (asunto en el que ambas partes tienen parte de razón en el fondo pero en el que todos han errado en las formas) y la posterior sucesión de comunicados, las redes sociales se han convertido en un auténtico rosario de descalificaciones y acusaciones a los integrantes del citado grupo. Se les culpa poco menos que de ser los responsables de las siete plagas bíblicas sobre Egipto. Da la impresión de que para poder ostentar la condición de buen aficionado es condición “sine qua non” despotricar de las figuras a diestro y siniestro.

Es cierto que algunos de los males que padece la fiesta de los toros son consecuencia de los abusos cometidos por las figuras aprovechando su posición dominante. El recurrente dicho de “billete grande, toro chico” y las imposiciones/vetos en los compañeros de cartel son las principales prevendas que exigen los apoderados de los ases del toreo. Pero no nos engañemos, esto no es exclusiva de los “mandamases” actuales sino que ha sido así desde Lagartijo hasta José Tomás, pasando por Guerrita, Manolete, El Cordobés y muchos otros, sin que esto sirva de excusa para dejar de exigir que las figuras demuestren su condición ante todo tipo de toro y en competencia con cualquier compañero, con unos honorarios adecuados al momento y al público que llevan a la plaza. Pero de ahí a considerar a las actuales figuras responsables de todos los males que aquejan a la fiesta hoy en día hay un gran trecho.

Una de las acusaciones hacia el G5 me resulta especialmente falaz y demagógica. Se trata de culpar a esos cinco matadores de ser los responsables de que algunos encastes se encuentren en peligro de extinción. Esta acusación se desmonta en un “pis-pas” poniendo datos sobre la mesa: En 2013 se han celebrado entre España y Francia un total de 535 corridas de toros. De ese montante fueron 443 las corridas en las que no coincidieron en los carteles alguno de esos toreros con toros del denominado “monoencaste”. Y pregunto: ¿No son suficientes esas 443 corridas como para que se lidie ganado de todos los encastes y no haya ninguno en peligro de extinción? Claro que sí ¿Qué ocurre entonces? ¿No será que los demás toreros, y no sólo los figuras, demandan también astados del encaste Domecq?, ¿No será que los gustos del gran público se inclinan por un tipo de toreo que no permiten muchos de esos encastes?, ¿No será que determinados equipos veterinarios rechazarían por falta de peso o defensas corridas “en tipo” de ciertos encastes?, ¿No será que el aficionado demanda un tipo de toro con ciertas “hechuras”?.

Estoy convencido de que muchos de los que ahora se rasgan las vestiduras y ponen el grito en el cielo pontificando en defensa de la variedad de encastes serían los primeros en protestar en la plaza si saliera por la puerta de chiqueros un “Coquilla” o un “Contreras” en “su tipo”, o sea, con poca cara y poco peso. Y, ¡Ay de las figuras si osaran lidiar dichos encastes! (como ahora se les demanda), los crucificarían acusados de imponer el toro chico y desmochado. Así pues, por el bien de la Fiesta, sería conveniente que no nos obcequemos buscando un “monoculpable” y dejemos que cada palo aguante su vela.





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