A raíz
del manido veto a la empresa Pagés por parte del denominado G5 de
las figuras de la torería andante (asunto en el que ambas partes
tienen parte de razón en el fondo pero en el que todos han errado en
las formas) y la posterior sucesión de comunicados, las redes
sociales se han convertido en un auténtico rosario de
descalificaciones y acusaciones a los integrantes del citado grupo.
Se les culpa poco menos que de ser los responsables de las siete
plagas bíblicas sobre Egipto. Da la impresión de que para poder
ostentar la condición de buen aficionado es condición “sine qua
non” despotricar de las figuras a diestro y siniestro.
Es
cierto que algunos de los males que padece la fiesta de los
toros son consecuencia de los abusos cometidos por las figuras
aprovechando su posición dominante. El recurrente dicho de “billete
grande, toro chico” y las imposiciones/vetos en los compañeros de
cartel son las principales prevendas que exigen los apoderados de los
ases del toreo. Pero no nos engañemos, esto no es exclusiva de los
“mandamases” actuales sino que ha sido así desde Lagartijo hasta
José Tomás, pasando por Guerrita, Manolete, El Cordobés y muchos
otros, sin que esto sirva de excusa para dejar de exigir que las
figuras demuestren su condición ante todo tipo de toro y en
competencia con cualquier compañero, con unos honorarios adecuados
al momento y al público que llevan a la plaza. Pero de ahí a
considerar a las actuales figuras responsables de todos los males que
aquejan a la fiesta hoy en día hay un gran trecho.
Una de
las acusaciones hacia el G5 me resulta especialmente falaz y
demagógica. Se trata de culpar a esos cinco matadores de ser los
responsables de que algunos encastes se encuentren en peligro de
extinción. Esta acusación se desmonta en un “pis-pas”
poniendo datos sobre la mesa: En 2013 se han celebrado entre España
y Francia un total de 535 corridas de toros. De ese montante fueron
443 las corridas en las que no coincidieron en los carteles alguno de
esos toreros con toros del denominado “monoencaste”. Y
pregunto: ¿No son suficientes esas 443 corridas como para que se
lidie ganado de todos los encastes y no haya ninguno en peligro de
extinción? Claro que sí ¿Qué ocurre entonces? ¿No será que
los demás toreros, y no sólo los figuras, demandan también astados
del encaste Domecq?, ¿No será que los gustos del gran público se inclinan por un tipo de toreo que no permiten muchos de esos encastes?, ¿No será que determinados equipos veterinarios
rechazarían por falta de peso o defensas corridas “en tipo” de
ciertos encastes?, ¿No será que el aficionado demanda un tipo de
toro con ciertas “hechuras”?.
Estoy
convencido de que muchos de los que ahora se rasgan las vestiduras y
ponen el grito en el cielo pontificando en defensa de la variedad de
encastes serían los primeros en protestar en la plaza si saliera por
la puerta de chiqueros un “Coquilla” o un “Contreras” en “su
tipo”, o sea, con poca cara y poco peso. Y, ¡Ay de las figuras si
osaran lidiar dichos encastes! (como ahora se les demanda), los
crucificarían acusados de imponer el toro chico y desmochado. Así
pues, por el bien de la Fiesta, sería conveniente que no nos
obcequemos buscando un “monoculpable” y dejemos que cada palo
aguante su vela.
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