jueves, 30 de enero de 2014

De cuando el Interés Particular prevalece al Interés General. De Vetos y Novilladas

Para matar el gusanillo que provoca la sequía de festejos taurinos en estas calendas invernales uno se pone a leer, estudiar e incluso a investigar sobre algunas de los múltiples facetas que presenta la tauromaquia. Mira por donde, en uno de estos ratos de ilustración, he dado con unos datos bastantes reveladores de cómo ha ido cambiando de un tiempo a esta parte el desarrollo de la temporada taurina en Córdoba pero que también se podían extrapolar al resto de España. A saber: En la década de los 60 se dieron en el Coso de Los Califas una media por temporada de 7 novilladas con picadores y 6 sin ellos. Comparados con las 2 novilladas sin caballos que se dieron el pasado 2013 esos números resultan de otra galaxia. Por aquellos años se anunciaron en los carteles novilleriles del coso califal nombre tales como Paquirri, Palomo Linares, Dámaso González o Ruíz Miguel, o los locales Fernando Tortosa, Pedrín Benjumea o El Hencho, entre otros. Todos ellos iban aprendiendo su oficio a la vez que se iban haciendo un nombre entre los aficionados cordobeses. Un lujo, oiga.

Alguno dirá: “Es que en aquella época había más afición a los toros”. Pues bien, repasando las entradas habidas a los escaños del coso resulta clarificador observar cómo tan sólo en 4 de las novilladas se sobrepasó la mitad del aforo, en el resto la asistencia se movía entre el cuarto y la mitad de plaza. Más o menos como ahora. Entonces ¿Cómo es que se daban tantas novilladas? (por cierto, en aquellos años era D. Diodoro Canoréa, el padre del actual y vetado empresario de Sevilla, el que organizaba los espectáculos taurinos en Córdoba). Conclusión: por aquel entonces una novillada con ¼ de entrada era rentable.

Hoy en día una novillada con esa entrada y los actuales costes de organización resulta ruinosa y como consecuencia los empresarios, lógicamente, han optado por ir eliminándolas de los carteles. Y ahí se quedan los aspirantes a matadores; en su casa, toreando muy de tarde en tarde, y, cuando lo consiguen, enfrentándose a novillos que no ofrecen posibilidades, ni de éxito ni de aprendizaje. Es casi imposible que un novillero pueda prepararse para afrontar con garantías el salto al escalafón de matadores y como consecuencia de ello el relevo generacional está condenado al fracaso, y con él, la fiesta en sí.

Todo el mundo es consciente de que se está cercenando el futuro de la fiesta pero nadie hace nada para evitarlo. Más bien al contrario. Estamos ya en los albores de una nueva temporada y nadie ha movido un dedo durante el invierno para buscar la unión del sector en aras de establecer unas bases sólidas sobre las que se asiente el futuro del toreo y luchar por hacerlas realidad. El taurinismo anda más pendiente de orgullos heridos, vetos y comunicados que sólo afectan a unos pocos, que de buscar soluciones a los numerosos problemas que van estrangulando poco a poco a la fiesta y trabajar en pro de ella. Y lo que es peor, no se atisba el más mínimo interés en ninguno de los colectivos implicados en renunciar a intereses particulares en beneficio del interés general. En fin... como se suele decir: “entre todos la mataron....

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