Para
matar el gusanillo que provoca la sequía de festejos taurinos en
estas calendas invernales uno se pone a leer, estudiar e incluso a
investigar sobre algunas de los múltiples facetas que presenta la
tauromaquia. Mira por donde, en uno de estos ratos de ilustración,
he dado con unos datos bastantes reveladores de cómo ha ido
cambiando de un tiempo a esta parte el desarrollo de la temporada
taurina en Córdoba pero que también se podían extrapolar al resto
de España. A saber: En la década de los 60 se dieron en el Coso
de Los Califas una media por temporada de 7 novilladas con picadores
y 6 sin ellos. Comparados con las 2 novilladas sin caballos que
se dieron el pasado 2013 esos números resultan de otra galaxia. Por
aquellos años se anunciaron en los carteles novilleriles del coso
califal nombre tales como Paquirri, Palomo Linares, Dámaso González
o Ruíz Miguel, o los locales Fernando Tortosa, Pedrín Benjumea o El
Hencho, entre otros. Todos ellos iban aprendiendo su oficio a la vez
que se iban haciendo un nombre entre los aficionados cordobeses. Un
lujo, oiga.
Alguno
dirá: “Es que en aquella época había más afición a los
toros”. Pues bien, repasando las entradas habidas a los escaños
del coso resulta clarificador observar cómo tan sólo en 4 de las
novilladas se sobrepasó la mitad del aforo, en el resto la
asistencia se movía entre el cuarto y la mitad de plaza. Más o
menos como ahora. Entonces ¿Cómo es que se daban tantas
novilladas? (por cierto, en aquellos años era D. Diodoro Canoréa,
el padre del actual y vetado empresario de Sevilla, el que organizaba
los espectáculos taurinos en Córdoba). Conclusión: por aquel
entonces una novillada con ¼ de entrada era rentable.
Hoy en
día una novillada con esa entrada y los actuales costes de organización resulta ruinosa y como consecuencia los empresarios,
lógicamente, han optado por ir eliminándolas de los carteles. Y ahí
se quedan los aspirantes a matadores; en su casa, toreando muy de
tarde en tarde, y, cuando lo consiguen, enfrentándose a novillos que
no ofrecen posibilidades, ni de éxito ni de aprendizaje. Es casi
imposible que un novillero pueda prepararse para afrontar con
garantías el salto al escalafón de matadores
y como consecuencia de ello el relevo generacional está
condenado al fracaso, y con él,
la fiesta en sí.
Todo el
mundo es consciente de que se está cercenando el futuro de la fiesta
pero nadie hace nada para evitarlo. Más bien al contrario. Estamos
ya en los albores de una nueva temporada y nadie ha movido un dedo
durante el invierno para buscar la unión del sector en aras de
establecer unas bases sólidas sobre las que se asiente el futuro del
toreo y luchar por hacerlas realidad. El taurinismo anda más
pendiente de orgullos heridos, vetos y comunicados que sólo afectan
a unos pocos, que de buscar soluciones a los numerosos problemas que
van estrangulando poco a poco a la fiesta y trabajar en pro de ella.
Y lo que es peor, no se atisba el más mínimo interés en ninguno
de los colectivos implicados en renunciar a intereses particulares en
beneficio del interés general. En fin... como se suele decir:
“entre todos la mataron....”
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