Tras
disfrutar de la faena histórica de “Finito de Córdoba” a
“Laborador”-65 en el Coso de Los Califas me propuse dejar a un
lado la polémica suscitada con el “No Indulto”. No quería
entrar en vanas discusiones. Sólo deseaba ahondar en las
sensaciones, escudriñar en la memoria cada uno de los borbotones de
arte que derramó la muleta del Fino sobre el albero califal,
paladear hasta la saciedad la profundidad y verdad de cada uno de los
naturales que dibujó, recrearme al máximo en el regusto de cada
remate, prolongar, en fin, el gozo de haber sido testigo, en vivo y
en directo, de la dimensión artística del toreo en su máxima
expresión.
Pero el
hombre propone y Dios dispone. Y es que uno, a la vuelta a la
cotidianidad post-ferial va oyendo cosas. Y escucha a gente que no ha
ido en su vida a los toros hablar del Fino. Y entonces el oído se
agudiza. Y el alma se encoge al comprobar que lo que ha
trascendido no ha sido la realización de una faena histórica, de
una obra de arte única, sino el desaguisado posterior. Córdoba
y su cainismo.
Y uno
escucha también a los buenos aficionados, a los de rancio abolengo,
a los puristas. Aquellos para los que resultan más determinante, a
la hora de juzgar a un toro, algunos amagos no
consumados de rajarse que ¡¡NOVENTA Y SEIS!! embestidas
por abajo. Ufanos y orgullosos ellos de que “Laborador”
terminara sus días en Los Califas, de que se haya salvaguardado la
letra de la ley en pro del prestigio de la plaza, de la seriedad de
la Fiesta o del mantenimiento de la tradición del rito ancestral que
exige que la fiera muera en la arena. El consenso entre ellos es
total: No se puede conceder el mayor de los premios a un toro
imperfecto. Muchos de ellos, sin embargo, hace un par de años, no
tuvieron ningún rubor en defender la concesión de un rabo a una
faena también imperfecta. “Cosas veredes amigo Sancho”.
Y para
colmo, uno escucha al mismísimo ganadero declarar que el juego de
este “Laborador”-65 supero al tan recordado “Arrojado”-217,
único toro indultado en la Plaza de Toros de la Real Maestranza de
Caballería de Sevilla, una de las de mayor prestigio del orbe
taurino. Indulto éste del que todo el mundo se congratula y con el
que casi nadie se rasgó las vestiduras en su día.
Y uno,
no tiene por menos que pararse a pensar, a poner en una balanza los
pros y contras que ha podido provocar el pulso habido en la plaza
entre presidente y torero por el color del pañuelo.
¿Qué
se ha ganado con la muerte de “Laborador”?
Mantener
el prestigio de una plaza de primera, dirá alguno. Yo le pregunto
¿De verdad el “No Indulto” compensa el prestigo desparramado
con anterioridad en cada torito que ha salido por toriles o en
orejitas concedidas con un criterio a menudo variable? Me da que
no.
Por
contra, ¿Qué se ha llevado “Laborador” tras de sí en su
camino al desolladero?
Se ha
llevado la posibilidad de que el campo bravo, tan necesitado de
movilidad, casta y bravura, disfrute de un semental con una carga
genética susceptible de ser transmitida a hijos capaces de
repetir, para bien de la Fiesta, muchas tardes como la vivida el
pasado sábado.
Se ha
llevado la posibilidad de que en una Córdoba cada vez más
indiferente a la Fiesta, se vuelva a hablar de gestas taurinas que
atraigan al público a la plaza y no de escándalos taurinos que lo
alejen de ella.
Se ha
llevado la posibilidad de que una faena histórica, y no un hecho
lamentable, le devuelva a Córdoba protagonismo en el panorama
taurino nacional. Sí, ese protagonismo eclipsado por Madrid, del
que tanto nos quejamos los aficionados taurinos cordobeses y que
tanta falta hace.
Se ha
llevado la posibilidad, en tiempos de animalismo exacerbado y ataques
antitaurinos constantes, de proyectar a la sociedad una imagen
positiva de la fiesta.
Mi
balanza aparece claramente desequilibrada. Si usted encuentra motivos
para equilibrarla, por favor, comuníquemelos. En tanto, yo, en este
caso y a riesgo de ser vilipendiado, me declaro pro-indulto de un
toro excepcional aunque no perfecto y tendré la impresión de
que hemos tirado piedras contra nuestro propio tejado.
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