Andan
enzarzados “toristas” y “toreristas” en su enésima disputa
dialéctica. Esta vez ha sido la corrida mansa y descastada que
presentó Adolfo Martín en la última feria de otoño madrileña la
que ha desatado la caja de los truenos. Se acusan unos a otros poco
menos que de ser los causantes de las siete plagas bíblicas que
acabarán en poco tiempo con la fiesta de toros.
Ni
“toristas” ni “toreristas”. La denominación que mejor les va
a ambos es la de “ganaderistas” pues, en realidad, sus
actuaciones y acusaciones, muestran que no son partidarios de un toro
con un comportamiento determinado sino de unos hierros concretos.
Tanto unos como otros sólo ven las virtudes de “sus” hierros
(aunque sólo las muestren de vez en cuando) y los defectos de los
hierros de “la otra parte” (aún cuando no los evidencien). Ni
unos ni otros quieren caer en la cuenta de que los cornúpetas de
todas las ganaderías, las de una y otra facción, comparten defectos
habitualmente, en especial la falta de casta.
Pues
miren ustedes, qué quieren que les digan, yo me niego a entrar en
esta polémica absurda y artificiosa que, a la postre, lo único que
logra es crear división en tiempos en los que hace falta unión. Me
niego a reducir la fiesta a un cuadro en blanco y negro en vez de
disfrutar de la riqueza de toda la escala cromática. Y todo ello por
planteamientos cortos de miras e intransigentes, preñados de
demagogia e hipocresía, de algunos que quieren engordar su ego a
base de sentar cátedra en esto de la tauromaquia y a los que se
suman muchos que disfrutan nadando en las aguas revueltas de las
discusiones, en las que se mueven como pez en el agua y a las que tan
aficionados son muchos españoles.
TOREAR
es dominar con una tela las embestidas de una fiera. Si, además, ese
dominio se consigue con una expresión estética generadora de
belleza estamos ante el súmmun del toreo.
El toro
fiero, con mucho poder pero pegando “tornillazos” y “buscando”
que sale en la mayoría de las ocasiones en las ganaderías que
defienden unos no permite la expresión artística del toreo. Por
otra parte, el toro muy noble con calidad en la embestida pero con
falta de empuje que sale habitualmente en las ganaderías que
propugnan los otros no transmite la emoción propia del peligro y el
dominio. Tanto con uno tipo de toro como con otro el toreo queda
incompleto. “Ser” de unos o de otros es renunciar a la
plenitud del toreo. Para torear en plenitud se precisa un toro
bravo con poder, movilidad, casta y clase en la embestida.
Me
acuerdo de toros lidiados esta misma temporada con los que he
disfrutado una barbaridad. Toros con etiqueta torista como “Golosino”
(La Quinta), “Comino” (Cuadri), “Datilero” (Miura),... o de
otros con etiqueta torerista: “Tramposo” (Domingo Hndez.),
“Furtivo” (Garcigrande), “Pescadero” (Daniel Ruíz),
“Verbenero” (Victoriano del Río).... Seguro que la mayoría
hemos disfrutados con todos ellos. Entonces.... ¿por qué
defender sólo una parte en vez de aspirar al todo?
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