Al igual que la Iglesia Católica propone a los Santos como modelo de
vida a seguir, de haber una religión propia de los aficionados
prácticos taurinos, sin duda alguna, Juan Hidalgo “Bombé”, en
unos años (Dios quiera que sean aún muchos) formaría parte de su
propio santoral.
Y es que, hablar de Juan es hablar de campo y reses bravas, de
ganaderías y tentaderos, de tapias y maletillas, de trastos y
suertes. Hablar con Juan es impregnarse de amor por el toro bravo, de
pasión por la Fiesta, de afición al toreo. Una afición que en Juan
se desborda, se desparrama. Es la misma afición desmedida que, ya en
su juventud, llevó a Juanito a saltar de espontáneo a un ruedo por
primera vez con sólo 15 años. O a abandonar el hogar paterno a los
16, hatillo en mano, sin rumbo fijo pero con un objetivo claro: Ser
torero.
Pero la suerte le fue esquiva y los sueños toreros de Juanito se
fueron desvaneciendo poco a poco. La gloria efímera, la fama, los
millones... no entraban en los planes que Dios tenía preparados para
él en aquella época. Los grandes triunfos le estaban reservados
para más adelante y de una manera más íntima, más sencilla, más
verdadera. En primer lugar en el seno de su familia. Posteriormente,
y de la mano de la Asociación de Aficionados Prácticos Taurinos de
Córdoba, le han llegado los triunfos toreros.
Con la llegada de su jubilación laboral, los rescoldos toreros de
Juan se avivaron, y Dios, como queriendo saldar una antigua deuda con
él, puso en su camino a la APTC. Y se produjo la simbiosis perfecta.
APTC devolvió a Juan la ilusión del maletilla, el contacto con los
trastos de torear y el campo bravo, le dio aire fresco que le
permitía respirar de nuevo en torero. A su vez, Juan se ha
convertido en todo un referente para los aficionados prácticos
taurinos de Córdoba. Juanito es sinónimo de afición, afán de
superación, esfuerzo, perseverancia, puntualidad, sacrificio,
entrega...Su ejemplo es la mejor motivación para cualquier miembro
de APTC.
Aprovechando la celebración de su cumpleaños en una fecha tan
peculiar como el propio Juanito, el 29 de febrero, APTC, con la
connivencia de la familia, le preparó un homenaje sorpresa. A la
cita acudió su extensa familia casi al completo y la práctica
totalidad de los integrantes de APTC. Nadie se lo quería perder, lo
que da una idea de la calidad humana de Juan, un tío cabal que lleva
por bandera la generosidad, la sencillez y la humildad, cualidades
cada día más difíciles de encontrar en nuestra sociedad.
Fue un día grande para Juan y para APTC, quien, con este acto, tan
importante como el que más de su trayectoria, dignificó los valores
inherentes a la tauromaquia personificados en Juanito.
En la jornada se sucedieron los momentos emotivos. En ocasiones
resultó muy complicado contener las lágrimas ante tanta muestra de
cariño por una parte y de agradecimiento por otra. Pero Juanito
aguantó el tipo, afloró su casta torera y se fue sobreponiendo a
cada uno de los envites emocionales a que fue sometido su enorme
corazón.
Pero, por encima de los merecidos obsequios, recuerdos,
reconocimientos y el cariño con que fue agasajado continuamente por
todos los presentes, estoy convencido de que el momento en el que las
pulsaciones del corazón de Juanito alcanzaron su ritmo más alto fue
cuando se le comunicó que había dos becerros enchiquerados para él.
Juan cumplía un año más, 72, pero su espíritu rejuvenecía 50.
Y Juan se transmutó. Se dispuso a disfrutar de nuevo de lo que
durante tantos años le había faltado. Disfrutó viendo un traje
corto preparado para que se lo enfundara. Disfrutó de un mozo de
espadas mimándolo mientras se vestía. Disfrutó de cada uno de sus
pasos haciendo el paseíllo más lento que nunca. Disfrutó de la
compañía en el ruedo de una cuadrilla de lujo que además lo adora.
Disfrutó del aplauso y el cariño de un público entregado. Pero,
sobre todo, disfrutó toreando. “Bombé” se sobrepuso a la
condición de los dos únicos protagonistas que no quisieron sumarse
al homenaje. Se sintió torero, se gustó, se entregó. Dio muestras
de su valor sereno y estoico. Erguida la planta, los pies asentados.
Y fue desgranando, uno a uno, pases llenos de enjundia, de
personalidad, de sabor, de toreo añejo. Fueron unos pases para el
recuerdo, para degustarlos lentamente con el paso del tiempo, porque,
sin duda, quedaron marcados en la memoria de los allí presentes.
A buen seguro que, por encima de todo, esa fue la mayor satisfacción
de “Bombé” en toda la jornada: el haber arrancado el olé
sentido y sincero de un puñado de buenos aficionados más allá de
la amistad y el cariño que le profesan. Unos aficionados que se
sienten afortunados de poder disfrutar, en el día a día, de la
amistad de Juanito, y, en el campo, del toreo de “Juan Hidalgo”.
¡Grande Bombé! ¡Que cumplas muchos más!
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