Al igual que la Iglesia Católica propone a los Santos como modelo de
vida a seguir, de haber una religión propia de los aficionados
prácticos taurinos, sin duda alguna, Juan Hidalgo “Bombé”, en
unos años (Dios quiera que sean aún muchos) formaría parte de su
propio santoral.
Y es que, hablar de Juan es hablar de campo y reses bravas, de
ganaderías y tentaderos, de tapias y maletillas, de trastos y
suertes. Hablar con Juan es impregnarse de amor por el toro bravo, de
pasión por la Fiesta, de afición al toreo. Una afición que en Juan
se desborda, se desparrama. Es la misma afición desmedida que, ya en
su juventud, llevó a Juanito a saltar de espontáneo a un ruedo por
primera vez con sólo 15 años. O a abandonar el hogar paterno a los
16, hatillo en mano, sin rumbo fijo pero con un objetivo claro: Ser
torero.