Tras
disfrutar de la faena histórica de “Finito de Córdoba” a
“Laborador”-65 en el Coso de Los Califas me propuse dejar a un
lado la polémica suscitada con el “No Indulto”. No quería
entrar en vanas discusiones. Sólo deseaba ahondar en las
sensaciones, escudriñar en la memoria cada uno de los borbotones de
arte que derramó la muleta del Fino sobre el albero califal,
paladear hasta la saciedad la profundidad y verdad de cada uno de los
naturales que dibujó, recrearme al máximo en el regusto de cada
remate, prolongar, en fin, el gozo de haber sido testigo, en vivo y
en directo, de la dimensión artística del toreo en su máxima
expresión.
Pero el
hombre propone y Dios dispone. Y es que uno, a la vuelta a la
cotidianidad post-ferial va oyendo cosas. Y escucha a gente que no ha
ido en su vida a los toros hablar del Fino. Y entonces el oído se
agudiza. Y el alma se encoge al comprobar que lo que ha
trascendido no ha sido la realización de una faena histórica, de
una obra de arte única, sino el desaguisado posterior. Córdoba
y su cainismo.